BIME Live 2019: Nuestra experiencia en el festiva otoñal
BIME Live se consolida como plan otoñal obligatorio con su propuesta de festival musical indoor
Después de siete ediciones, la experiencia global que aúna el universo musical BIME, tanto con sus propuestas Pro, City como con Live, sigue presente y estable en las agendas de buena parte del sector musical y del público consumidor de música en directo. Este año las cifras hablan de 21.000 asistentes entre las dos jornadas del BIME Live.
Los cambios en la distribución del recinto han sido notables, con luces y sombras en el resultado final, o en la experiencia de usuario. Los dos escenarios principales han adelantado su posición y también los notamos ligeramente más enfrentados entre sí, físicamente, lo que hacía que la sensación de lleno en el recinto aumentara. Lo bueno es que la barra central se ha suprimido y la circulación entre los dos escenarios es más fluida, no así el encuentro de la gente que llegaba del Antzerki y se encontraba casi de bruces con los que se agolpaban en el lateral derecho del principal. Un cambio totalmente desafortunado ha sido el espacio Goxo, que ha quedado reducido a una minúscula esquina en un espacio propio con una calidad acústica y una visibilidad muy escasas.
Debut a pares
Centrándonos en lo musical, la primera jornada la estrenaron unos que a su vez, también se encontraban de estreno, y es que el dúo First Girl On The Moon daban su primer concierto sobre el escenario principal del BIME, con un muy buen resultado. Electrónica y guitarras cubiertas de toda clase de efectos, daban como resultado un sonido olvidado como es el Krautrock de principios de los 70. Los fans madrugadores de Kraftwerk seguro que disfrutaron de la actuación de los locales.
La banda de Nottingham Do Nothing aparecieron en el contiguo escenario principal ataviados con ropajes de negro salvo su cantante y líder, que vestía elegante, con traje y gafas de sol. Una coctelera de referencias musicales conocidas como Idles, Pixies, Sonic Youth o Arctic Monkeys nos podía dar como resultado lo allí vivido. Sonaron limpios y claros, mientras que su propuesta carga más hacia una aparente y oscura disconformidad, donde los mensajes de Chris Bailey parecían más recitados que cantados. Nos gustó mucho la actitud de Chris, con una presencia marcada pero afable con el público, y que no paró de recordar quienes eran entre canción y canción, por si algún despistado (ya se agolpaban contra la valla los seguidores de Kraftwerk) no lo sabían.
El teatro pisando al propio teatro
A Enric Montefusco poco o nada se le puede achacar en sus directos. El del BIME fue otro de muchos otros en los que el catalán dejó su impronta desde el primer minuto. Es imposible no acordarse de su anterior proyecto Standstill, sobre todo de la última etapa, con sus temas en solitario. Apenas distinguimos matices en lo musical y en lo vocal, pero sí en las letras, donde ahora, la carga de protesta y crítica social se hace más evidente, y se potencia con las continuas charlas explicativas que dio. “Himno de Europa” o “ Hermosa España” dieron buen ejemplo de ello. Inseparable de su guitarra acústica, el bueno de Enric no cambia un ápice su hoja de ruta, y tanto en salas como en festivales sigue animándose a bajar entre el público con todo su séquito (los otros Montefuscos), y en el BIME también. En ciertos momentos sonó a charanga de pueblo (la acústica y frialdad del recinto poco ayuda). Quizás su ubicación en el teatro hubiera sido más acertada, pero ahora el foco mediático está puesto en otras figuras, y la de Amaia es sorprendentemente poderosa.
Auditorio hasta la bandera, expectación por ver cómo suena y luce el debut de la estrella televisiva que reniega de ello. De primeras nos sorprendió la puesta en escena. Escenografía con flores brotando del suelo del escenario y sillas para la parte que normalmente el público permanece de pie, entre el escenario y las gradas. Las canciones en la que se rodeó de su banda, fueron más agradables al oído que cuando se quedaba sola, en las que quizás peca de monotonía y poca conexión. Esto hizo que las 3-4 canciones que a medio show hizo al piano/guitarra, se convirtieran en algo plomizo, sobre todo visto el empaque que la banda al completo mostró en los primeros cortes.
La electrónica bien, las guitarras mejor
Ya sea por protocolo, por refuerzo narrativo o por relleno, la electrónica siempre ha estado ligada a los visuales, pero los hay mejores y peores, los hay que suman y que restan, y los de Kraftwerk creo que empataron. Era el aliciente principal para muchos, por eso de las gafas 3D que daban al entrar. La ejecución no tuvo pegas por nuestra parte, quizás tan impecable armonía nos hace siempre sospechar de este tipo de grupos, como cuando para The Robots, ninguno estaba sobre el escenario, pero ese es otro tema. Los visuales son bastante explícitos con lo que acompañan o apoyan, dejando de lado cualquier tipo de abstracción visual. Para “Numbers” secuencias de números, para “Autobahn” vehículos y autopistas, para “Tour de France” imágenes antiguas y modernas de la carrera francesa, y así sucesivamente. Mención especial para “Spacelab” y ese viaje en nave que pasando por delante de Guggenheim, nos llevó a aterrizar hasta el mismo BEC. Sin duda los mejores visuales 3D. Como comentábamos, en el bis sonó “The Robots” sin ellos en escena , pero con sus avatares robotizados sobre el escenario. Un espectáculo medido y sin salirse de guión.
Turno ahora para el otro extremo. La guitarras, el dinamismo y la rabia del directo de los ingleses Foals, se colaron entre la electrónica para fortuna de aquellos que necesitaban de algo más tangible y canónico con lo que moverse, y vaya que sí se movieron. Desde la primera canción, la nueva “The Runner”, el frontman Yannis, ya tenía a toda la parroquia cantando con él todas las estrofas. Esto se agravó con las, digamos clásicas, “Mountain at My Gates” o “My Number”. Si no nos falla la memoria, para cada tema, Yannis cambiaba de guitarra, y apreciamos cierta incomodidad del cantante con algunos aspectos técnicos durante el concierto debido a su continua comunicación con el técnico de monitores. El fin de fiesta con el propio Yannis bajando al foso para “What Went Down” desató la locura entre las primeras filas.
Y mientras toda esta algarabía colmaba el espacio principal del recinto, en el teatro, la tranquilidad se adueñaba por obra y gracia de Morgan. La banda madrileña daba otro de sus recitales en un entorno que jugaba a su favor y que evidenció más el talento y el gusto de esta gente en sus directos. Por poner un pero, la voz de Nina sonaba muy baja en las primeras filas bajo el escenario, no así desde el graderío, pero esto no es achacable a la banda. Posiblemente la disposición de los «baffles» hacía que el sonido fuera directo a la gradas, que por cierto fueron un auténtico galimatías. Pocas entradas y salidas hacían que la gente se agolpara por la única vía de acceso y salida, cosa que (nadie quiso) de haber una emergencia, el sálvese quien pueda habría sido de órdago.
La electrónica de Floating Points no nos enganchó en el margen de tiempo que estuvimos viéndolos, al igual que Kaydy Cain en Goxo. Los solapes jugaron en contra de la buena sesión que se estaba marcando al mismo tiempo Pional en Gaua. Pudimos disfrutar de buena parte de ella antes de retirarnos a descansar de esta primera jornada de BIME Live.
El sábado reina sobre el resto de la semana
Sin duda, la segunda y última jornada de festival era la que, a priori, contenía más equilibrio y calidad en el cartel, lo que la hacía apetecible pero a su vez temida, por aquello de los solapes que se producían entre artistas y bandas que comparten seguidores. Pero la repentina mala noticia de la cancelación de Michael Kiwanuka restaba buena parte de puntos a dicha jornada. Sin tiempo para sustituirlo, el comienzo de Mark Lanegan se adelantó veinte minutos para evitar el solape con la cantante de Alabama Shakes.
Pero antes, Omago congregó ya a un número considerable de público para ser los primeros, y su actuación fue muy bien acogida. Buen sonido, y apoyo de un nuevo integrante, Goiko, que aportaba más matices con su guitarra y teclados. Por el contrario, Los Estanques se vieron envueltos en oscuridad, tanto lumínica como sonora, y se nos hicieron poco agradables al oído, y eso tocando en uno de los escenarios principales. Las dos anteriores ocasiones que hemos podido verles en sala, han sonado bastante mejor. Eso sí, su actitud para con el público fue siempre correcta y positiva, llegando a ser tan pasional que Íñigo aporreó con tal virulencia su teclado en el tema de despedida, que dejó de sonar con uno de ellos.
Banpiro Maitaleak, o lo que es lo mismo, Mursego y Amorante , juntaron sus mundos, pero al contrario de lo que pensábamos en un principio, su actuación no fue más que una sucesión de temas propios de cada artista, con un apoyo del otro, y no algo distinto ideado por ambos. Esto, le restó interés por nuestra parte.
La broma duró lo que tardó en aparecer el carisma
Que Carolina Durante es ya un fenómeno de masas consagrado es evidente, y quien no se lo crea, la asistencia y expectación por su concierto en el BIME dieron fe de ello. En poco más de año y medio, han pasado de garitos y horarios diurnos en festivales, a instalarse en los mejores horarios y recintos, pero su actuación el sábado no pasó de simple. El sonido que sacaron fue, sin duda, el peor de todo el festival. Una maraña de notas, para una formación de bajo, guitarra y batería, con un equipo técnico de primer nivel, es imperdonable. Diego intenta compensar, de alguna manera, todo esto saltando, moviéndose de un lado para otro, en lo que parece una acto de distracción que no funcionó. Las letras bien, tienen su gracia, pero ya. La verbena cómico-musical funcionó entre el público asistente más joven, pero mantuvo escéptico y distante al más veterano que se iba yendo poco a poco a coger posición para The Divine Comedy.
Los norirlandeses repetían visita al festival y, de nuevo, volvieron a ofrecer un buen concierto. Neil Hannon nos volvió a sorprender con su estilismo (esta vez con un elegante y llamativo traje rosa chicle). Disfrutamos de los arreglos de “To the Rescue” que sonó solemne y evocadora, o “Infernal Machines” más bailable de su versión grabada, y con una línea de graves bien marcados. Con la cabaretera “ You’ll Never Work in This Town Again” nos fuimos alejando con pena para tomar rumbo al Antzerki a ver uno de los grandes conciertos del festival.
Esta vez no pecamos de ansiosos por estar en las primeras filas visto lo visto con Morgan, y nos sentamos bien a gusto en las gradas para tener la mejor acústica posible para el directo de Mark Lanegan, una de las voces más admiradas y respetadas de rock, y a la cual íbamos a prestarle toda nuestra atención, incluso estando rodeados por conversaciones insustanciales a viva voz (un par de cambios de ubicación durante el concierto necesitamos para huir de esta lacra). “Disbelief Suspensión” sonó la primera, directa y sin miramientos, la voz rasgada de Lanegan ya caló hasta los huesos. Agarrado, como de costumbre, al pie de micro, sólo se alejó de él para hidratarse. Le notamos algo más suelto y relajado de lo normal, dirigiéndose a la banda en varias ocasiones y agradeciendo en varias ocasiones, las ovaciones recibidas. A pesar de que su último disco “Somebody’s Knocking” camina por sendas más electrónicas, en el directo la cosa se relaja y se mantiene más estable con respecto al resto de su discografía más rockera estándar. Guiño a “The Twilight Singers” con la versión de “Deepest Shade”, ese medio tempo, con uno coros bien marcados por parte de Shelley Brien, quien estuvo a los teclados en todo momento. Una actuación algo corta(apenas cincuenta minutos), oscura, pero contundente, que queda a la par de la que dio en 2013 también en el BIME y también en el Antzerki.
La hora del Soul, el Funk, el Techno y el baile
Para cuando salimos de ver a Lanegan el espectáculo musical de Brittany Howard ya estaba en marcha y enseguida nos unimos a él. Una voz poderosísima, que congrega el soul y los sonidos melancólicos de la música negra americana. Acompañada de un numeroso séquito sobre el escenario (tres coristas, dos teclistas, dos guitarristas,un bajista y un baterista), Brittany Howard desgranó todo su repertorio,el cual recaía en su recién “Jaime”, con la excepción de “Run to Me” que se quedó fuera, intercalando versiones de Prince, The Beatles y Jackie Wilson. Se la vio muy cómoda en su nuevo papel de “solista” sin sus Alabama Shakes, luciéndose en los temas más animados como “He Loves Me”, “Baby” o “13th Century Metal”. También tuvo momentos de soledad e intimismo con su guitarra acústica, con “Short and Sweet” y “You’re What I’m All About” hacia la mitad de concierto. El fin de fiesta vino con “Revolution” de The Beatles y “History Repeats” dejando una de las actuaciones que más nos han gustado de este BIME 2019. Los tiempos medios del show se nos quedaron algo fríos, pero seguramente fue la actuación del festival.
La organización nos ponía en sobreaviso a través de un breve comunicado en la pantalla del escenario principal, de que Jay Kay acababa de serle diagnosticada una laringitis, pero que el artista iba a intentar darlo todo en su actuación. Jamiroquai fue sin duda el artista que más masa social movió en esta edición, y es que catorce años son muchos años sin tenerle por Euskadi. Las primeras notas de “Shake It On” abrieron la actuación para la que Jay Kay, apareció como no, con su chándal y su nuevo sombrero de plumas robóticas y lumínicas que él mismo controlaba desde su dedo. La voz no parecía muy perjudicada, pero tampoco parecía forzarla en demasía y las voces de las coristas que le acompañaban sobre el escenario le ayudaban en la difícil tarea que tenía por delante. Los descansos entre temas para reposar y recuperar la voz eran alargados más de lo normal hasta que JK daba su ok para continuar con el show. Donde sí que le vimos sufrir para llegar a dar las notas correctamente fue en “Corner of The Earth”. Por lo demás, un concierto al que poco hay que criticar si tenemos en cuenta el balance por las condiciones adversas de inicio anunciadas y el resultado y la experiencia ofrecida a los allí presentes. La actuación se fue casi hasta las dos horas de duración con tan sólo doce temas y sin tiempo para bises. Esto resultó en temas demasiados extensos que llegaban a desconectar al público, que seguía a la espera de nuevos temas y diferentes ritmos.
Esperemos que no pasen otros catorce años para que Jamiroquai vuelva y nos pueda ofrecer otro gran concierto en perfecto estado de revista.
Con el sábado llegando ya al final, todavía quedaba otro gran nombre sobre el cartel, Róisín Murphy. La polifacética artista irlandesa, mezcló actuación con performance, y pintó todo su repertorio de un tinte oscuro y monótono que intentaba dinamizar con continuos cambios de vestuario, y algo de sobreactuación en algunos casos. Su particular estilo, mezcla de house, disco y funk, como en “Incapable”, fue el hilo conductor y la base sobre la que versaron el resto de sus temas. Sí, cayó el archiconocido tema de Moloko “Sing it Back”, pero totalmente deconstruído y metido dentro de otro tema, “Exploitation”, seguida de otro de sus hits “Forever More”, bajado de revoluciones y dotándola de ese pseudo pesimismo sonoro que parecen abrazar sus nuevas producciones.
Para cerrar nuestro BIME Live 2019, esta vez sí, el Gaua nos puso a bailar, gracias a una Helena Hauff que hizo con nosotros lo que quiso. Al fin encontramos una sesión canónica, alejada de las nuevas tendencias electrónicas dirigidas desde ordenadores y cacharrería varia, para disfrutar de algo tan simple y que está en peligro de extinción, como es una sesión con vinilos única y exclusivamente. El techno puro, con raíces en Detroit, que nos sirvió Helena en sus platos, era el broche de oro que necesitábamos para irnos a casa con una sonrisa en la cara y unos pies hechos polvo de tanto baile.
Desde la organización ya han anunciado que el BIME Live 2020 está en marcha, y esa es una de las mejores confirmaciones que podíamos esperar para la siguiente edición.
Texto: Dave Banco y David Pereda
Fotos: Dave Blanco