Swans / Baby Dee

Swans / Baby Dee (06/10/2017)

El viernes fue una de esas noches en las que tu cuerpo sabe que va a experimentar algo diferente y sientes esas “mariposillas” en el estómago de camino al concierto. Y al llegar al Antzoki pudimos ver como esa expectación no era sólo propia, ya que antes de abrir las puertas ya se podía ver y sentir en las caras de los que allí se congregaban algo similar. Eso o que el retraso en la apertura de puertas y taquilla no era del agrado de alguno, ya que se anunciaba para las 21h pero no fue hasta casi las 21:30h cuándo abrieron.

Dentro, al contrario que en otros conciertos, las primeras filas se llenaron antes de los teloneros y no había espacio para moverse entre ellas. No sabemos si Baby Dee tenía una legión de seguidores en Bilbao o más bien, que todos querían tener buen sitio para Swans.

Una música muy ambiental sonaba de fondo en la sala para amenizar la espera con todo ya montado sobre el escenario.

Baby Dee

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Y a eso de las diez de la noche comenzó Baby Dee en formato dúo, con acordeón y su acompañante con guitarra electroacústica. Ambos sentados en un par de sillas metálicas en la parte delantera del escenario pero ligeramente escorados a la izquierda (el escenario tenía toda la logística e instrumentación para Swans montada).

Temas con un marcado toque sentimental debido a la visceral interpretación de Baby Dee, muy expresiva con su cara en todo momento. Sus registros de voz son extensos, y pasa por diferentes fases a lo largo de su actuación, incluso dentro de la misma canción.

Lado opuesto en expresividad es su acompañante a la guitarra o su “vecino” pues así lo presentó (no sabemos si se refería sólo al momento puntual sobre el escenario) mucho más sereno pero siempre atento, no quitando al mirada de Dee.

Conforme iba avanzando la actuación parece que a parte del público se le empezaba a hacer larga la espera para Swans y las charletas iban en aumento, llegando incluso a ser bastante notables y molestas en ciertos  momentos de la actuación.

Gran parte de su repertorio se centro en su álbum «The Robin’s Tiny Throat» de 2007. Mención especial para «Calvary», la cual fue de las más emotivas de la noche. «Whose Rough Hands» (de las pocas que no formaban parte de su trabajo de 2007) levantó muchos aplausos a su término. La de Ohio consiguió conmover al público con su voz.

Con canciones que se aproximan al cabaret pero que son interpretadas con cierto toque “eclesiástico”, Baby Dee nos dejó un gran sabor de boca al término de su actuación, que duro algo más de 35 minutos.

Swans

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No parecía que tras Dee, el grupo de Gira tardaría mucho en salir ya que todo estaba colocado desde el principio, pero aún así, los propios integrantes (incluido el propio Michael) salieron para comprobar que todo estaba en orden antes de comenzar. Y es que por lo que pudimos ver, el propio Gira necesita tenerlo todo bajo control, y fue el último en abandonar el escenario tras los pertinentes chequeos.

Con una barrera a mitad de escenario formada por amplis de toda la sección de cuerdas, la batería y los teclados, el grupo dejó vacío buena parte del escenario, quedándose ellos con la mitad delantera y dejando la otra mitad sin usar, lo que les situaba a los seis bastante cerca los unos de los otros.

Los cisnes de Gira

Ya con un Antzoki rozando el lleno, y justo una hora después de que diera comienzo Baby Dee, arrancaron los de Nueva York. Con pantalón y camisa negra, Michael Gira salió bien repeinado con su melena por detrás de las orejas (esta vez no salió con su característico sombrero). Agarró su guitarra y comenzó «The Knot» de espadas al público para tener contacto visual con Phil Puleo (baterista). Sólo cuando necesita acercarse al micro a cantar se gira, eso sí, más que cantar, podría decirse que recita, cómo un chamán en el desierto invocando la lluvia.

La tónica en los siguientes temas no sería muy diferente. Gira como director de orquesta, extendiendo sus brazos frente al micro con los que guiaba la intensidad que quería en el momento que quería de sus compañeros, los cuales no quitaban el ojo del carismático frontman.

Pero también hubo momentos para la tensión, como cuando Gira se enfadó con sus músicos por no haberle seguido en unas de sus indicaciones, cuándo éste pidió más intensidad y más estruendo. Otro momento de tensión fue el protagonizado con su técnico de monitores cuando durante «Could Of Unknowing» (el tema más extenso de la actuación) se colaron varios acoples de sonido en las pantallas de Gira, lo que le enfadó mucho y no lo ocultó, tirando miradas poco amables al técnico que se encontraba en el lateral del escenario y al que, tras unos cuantos acoples más, le espetó bien alto “It’s f****** you!”. Hemos de reconocer, que en ese momento, pensamos que Michael pararía de golpe la canción, pero siguió, y los problemas técnicos se solucionaron.

Tras «Could Of Unknowing», dónde Gira se marcó unos de sus particulares “aurreskus” al golpe de su guitarra, llegó el turno para la machacona e intensa «The Man Who Refused To Be Unhappy», con un comienzo notable por parte de la batería y el bajo de Cristopher Paravica, quién llevó sus acordes por toda la canción de manera bestial. Aquí el público se movía más que en las anteriores.

Público que hay que decir estuvo en su mayoría bastante precavido. Vimos más tapones de lo habitual, también algún que otro método improvisado con papel y hubo quien tiraba de dedos índice o quien buscaba resguardo en los laterales o en el piso alto de la sala, medio agachados para mitigar tan alto volumen. Nosotros no nos atrevimos a quitarnos los tapones ni por un momento ya que, incluso con ellos, el volumen que nos llegaba en ciertos momentos era más que suficiente.

Escaso en palabras, Michael agradecía los aplausos del público tras el tema, y aprovechaba a afinar su guitarra (la cual no se quitó en ningún momento) mientras el resto de la banda comenzaba a dar los primeros acordes de «The Glowing Man». Para ello, Phil se levantó de su batería para tocar el dulcémele (una especie de xilófono de cuerdas) que tenía a su izquierda, el cual le daba un toqué hindú a este comienzo de canción. Poco a poco fueron entrando el resto de la instrumentación.

Norman Westberg, muy comedido en sus gestos pero atento y preciso en la ejecución, arrancaba con breves acordes en los que tiraba de sus cuerdas del mástil de su guitarra. Christoph Hahn y su lap steel, sentado en una silla alta a la izquierda del escenario, complementaba en todo momento a la banda con sus notas y sonidos tan característicos cuando agarraba el slide con su mano izquierda.

Volvía Gira a ejercer de director de orquesta con sus manos para indicar al resto de cuerdas (a excepción del bajo) cuándo debían entrar y cuando desaparecer del tema, mientras él recitaba la letra frente al micrófono con esas maneras tan suyas de dios indio frente a una hoguera.

Así fue como transcurrieron sin darnos cuenta dos horas y media de puro y majestuoso estruendo sonoro. Los seis formaron a los pies del escenario en fila y uno a uno Gira los fue presentando. Mientras hacían reverencias como lo hacen los actores en el teatro tras la obra. Momento final este en el que un público entregado y agradecido no cesó de aplaudir. Finalmente Michael apuntó para quien estuviera interesado en conocerle, charlar o lo que sea, que estaría de vuelta por la sala en quince minutos.

Nosotros, muy a nuestro pesar, declinamos su invitación y abandonamos el Antzoki con una sonrisa y esperando que el nuevo parón que se va a tomar la banda no se extienda mucho en el tiempo y vuelvan con una nueva tormenta sonora.

Texto y fotos: Dave Blanco.

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